En una de sus cartas, dejó escrito: Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; es un honesto deseo de futuro.
ESPíRiTuS De La NoCHe...
Tu alma, en la tumba de piedra gris
Estará a solas con sus tristes pensamientos.
Ningun ser humano te espiará
A la hora de tu secreto.
¡Permanece callado en esa soledad!
No estás completamente abandonado:
Los espiritus de la muerte, en la vida te buscan
Y en la muerte te rodean.
Te cubrirán de sombras, ¡permanece callado!
La noche, tan clara, se oscurecerá
Y las estrellas no mirarán más la tierra,
Desde sus altísimos tronos en el cielo,
Con su luz de esperanza para los mortales.
Pero sus globos rojos apagados,
En tu hastío, tendrán la forma
De un incendio y de una fiebre
Que te poseerán para siempre.
De tu espíritu no podrás desechar las visiones,
Que ahora no serán rocío sobre la hierba.
La brisa, aliento de Dios, es silenciosa,
Y la niebla sobre la colina,
Oscura, muy oscura, pero inmaculada,
Es un simbolo y una señal.
¡Cómo se extiende sobre los árboles
El misterio de los misterios!.
Te Vi UNa VeZ, UNa SoLa...
Te vi una vez, una sola, años atrás;
No diré cuántos, aunque no fueron muchos.
Fue en julio, a medianoche, la luna llena,
Elevándose como si fuera tu alma, se abría,
Rauda, camino cielo arriba. De su halo,
una sedosa llovizna de luz plateada
Caía tibia, soñolienta y quedamente
Sobre los rostros vueltos de las mil rosas
De un jardín encantado que la brisa
Sólo osaba visitar de puntillas;
Caía sobre los rostros vueltos de esas rosas
Que, a cambio de la amorosa luz, se desprendían,
En un éxtasis final, de sus almas fragantes;
Caía sobre los rostros vueltos de las rosas
Que, embelesadas por tí y por la poesía
De tu presencia, morían con una sonrisa.
Toda vestida de blanco, te vi reclinada a medias
Sobre un lecho de violetas; la luna, entre tanto,
Bañaba los rostros vueltos de las rosas y el tuyo,
Vuelto también aunque ay, con aflicción, hacia ella.
¿Acaso fue el destino (ese destino que a menudo
Solemos llamar aflicción) quien, esa medianoche de julio,
Me retuvo junto al portal del jardín para que oliera
El incienso que desprendían las rosas? No había eco
De pisada alguna: el mundo odiado dormía; todos
Salvo tú y yo. (¡Oh cielos! ¡Oh Dios! Cómo sublevan,
Al juntarse, esas dos palabras mi corazón.) Todos
Salvo tú y yo. Me detuve... eché una mirada...
Y de pronto todas las cosas se esfumaron
(Aquél era un jardín encantado, ¿recuerdas?).
El resplandor perlado de la luna se disipó;
Los bancos mohosos y los sinuosos senderos,
Las flores alegres y los árboles vencidos
Cesaron de existir; incluso el aroma de las rosas
Sucumbió en brazos del aire adorable. Todo,
Todo expiró menos tú, todo salvo tú:
Salvo la luz divina de tus ojos,
Salvo el alma de tus ojos elevados.
Sólo a ellos vi, para mí fueron el mundo.
Sólo a ellos vi, sólo a ellos durante horas.
Sólo a ellos mientras brilló la luna.
¡Qué historias lastimosas parecían destilar
Esas celestiales y cristalinas esferas!
¡Qué oscura congoja! ¡Qué sublime esperanza!
¡Qué mar de orgullo silencioso y sereno!
¡Qué osada ambición! ¡Y qué profunda,
Qué insondable capacidad para amar!.
Pero al fin la noble Diana se retiró
Hacia su lecho occidental de nubarrones;
Y tú, un fantasma, te escabulliste también
Por la arboleda sepulcral. Sólo tus ojos permanecieron.
No deseaban irse: aún no se han ido. Aquella noche
Iluminaron mi solitario regreso a casa y, desde entonces,
Al contrario que mis esperanzas, no me abandonan.
Siempre me siguen, me han guiado a través del tiempo;
Son mis ministros, yo soy su esclavo. Su cometido
Es iluminar y dar tibieza; mi deber
Es ser salvado por su brillante luz,
Purificado por su ardor electrizante,
Santificado por su fuego elíseo.
Tus ojos llenan de belleza, que es esperanza, mi alma
Y titilan, lejanos, en el firmamento. Son las estrellas
Ante las que me hinco en las vigilias solitarias;
Mas en la diáfana claridad del día también los veo:
¡Son dos dulces luceros del alba que centellean
Sin que el sol pueda extinguirlos!.
No Me AFLiGe Que Mi CuoTa De MuNDo...
No me aflige que mi cuota de mundo
Tenga poco de terrenal en ella;
Ni que años de amor, en un segundo
De rencor, se esfumen sin dejar huella.
No lamento que los desvalidos
Sean, querida, más dichosos que yo,
Pero sí que sufras por mi destino,
Siendo pasajero como soy.
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